
LO OLVIDADO
Dácil
Eligió un sitio al fresco. Se sentó. El canario le miró ladeando la cabeza. Cerró los ojos. Se dejó mecer por el sonido de las cencerras. Se sacó los zapatos apoyando los talones contra la tierra. Primero uno, luego el otro. El largo camino, ya recorrido, había provocado rozaduras en algunos dedos. Al instante sintió el agradable cosquilleo de unas hormigas explorando sus recién liberadas extremidades. Y, entonces, se acordó.