
AUTORRETRATO
José A. Amador Fernández
Caballete y nudo blanco, en este silencio
una sola voz que desenredar a color,
trazos de pocas bocas, esperanza, dolor,
un milagro atrapado y escondido en otro tiempo,
un camino arduo con el viento en el que me pierdo.
Entre pared y ventana adorna luz solar,
la jaula no es casual para el que puede volar,
compro la libertad en este escaso habitáculo,
por si la lluvia ansiada arrecia, y otro espectáculo
anochezca en fábula y no se pueda bailar.
Suena el eco de un tambor en la cueva y escucho, creo
que me asomo a una estrella que en instantes apaga,
me sumerjo en un desconcierto como una plaga,
hasta que refresco mi cuerpo en nuestra playa y veo,
que entre dicha y desaliento, hay hilo que compruebo.
La luna interviene, y hace que la marea cambie,
y con sosiego y melancolía voy acomodándome,
de lo que observo a la imaginación nutro el lienzo,
y con cada cuadro expreso una vida, que a plazos
demuestra lo invisible como parte insondable.
La abuela, las cartas y la tierra la labranza,
terso rostro jovial me devuelve a la niñez,
ojos negros, sinceridad de la desnudez
en la piel que siente sed y el hambre en una panza,
brota sangre de danza aborigen de bonanza.
Espero, siempre se espera, y tu desespero
me deslumbra con el paisaje, la gente y el cielo,
despierto suspendido en una especie de ruego,
en el que imploro piedad a los otros, los nuestros
que como utensilios manejan, también del pueblo.
Quizás no sea parcial al reflejar mi mirada
en este esbozo que acomodo a nuestro recuerdo,
esta alegría gris que tendió la mano, y puedo
decir que nos salvó la vida la carcajada,
y tardes de invierno u otoño jugando en la plaza.
Partí con canto de Canarias, curiosidad,
materia para no perder visibilidad
hacia un enclave que perdura dentro y te atrapa,
corazón escudado a sal y lava en un mapa,
regresé al amor como un pincel… felicidad.
Saboreo el fruto en una caminata verdosa,
me entregué cautivado por la naturaleza,
una rosa y un molino de gofio, en una huerta;
y aunque mala hierba crece, protegí a la diosa,
alma que nutre el horizonte, la poderosa.
Encendí la diminuta llama de una vela,
prende la memoria, igual denuedo, observa
como un turista descubriendo ciudades, sueños,
siente la música, la poesía, visita un museo;
que jueguen los niños con colores de acuarela.